La polisemia expresiva de los objetos

La obra de Lindomar Placencia se inscribe dentro de esa hornada de pintores de los 90 que trae nuevos aires, tanto temáticos como formales, al poderoso movimiento desatado en la década anterior. Su poética está marcada por un objetualismo conceptual, que nace de la apropiación de objetos de uso cotidiano, pertenecientes a la realidad más inmediata y tal vez por ello menos consciente. Su estética privilegia el oficio (arte-sano) sobre el 'buen hacer artístico', apuntando a cierta refetichización de las cosas como estrategia discursiva —de extrañamiento crítico y reflexivo— ante la relación que la sociedad establece entre la vida, los objetos y sus usos.

Martirio (1999) es un ejemplo de esta propuesta, que explota una relación causa efecto entre la resemantización del significante y una transformación en el contenido semiótico del objeto significado. Donde a objetos que tienen referentes físicos y socioculturales reales (en este caso un martillo), se les desmitifica el aura de uso normalmente asignada a través de la intervención estética y conceptual, para situarlos en una comunicación simbólica, capaz de describir un principio de realidad en el que adquieren nuevas significaciones, conectadas con experiencias de diversos géneros. Todo esto asociado, en muchos casos, a una existencia desprovista de atmósfera trascendentales y que representa más bien la vacuidad, la vida banal, traslúcida en la inmediatez del valor utilitario y superficial.

Precisamente, la mayor parte de la obra de Lindomar muestra la capacidad que tienen ciertos objetos para registrar el paso de la vida, llamando la atención sobre el proceso que describe cómo se produce el consumo de los mismos dentro de los espacios privados en los que ésta discurre. Ofreciendo, al mismo tiempo, una visión del espacio privado asociada, por lo general, a la crónica objetual o de imágenes referidas a sentimientos, visiones y comportamientos humanos cotidianos. Las obras de este autor, además de invitar a la contemplación poética o metafísica de los objetos, como es el caso de Discurso artes-anal (1999), incluye aquello que podría considerarse prosaico o burdo como otro modo de representar las conductas y hábitos propios del cuerpo y sus dimensiones sensoriales. Una intención que se ve acentuada por la morfología de las obras que, según el contenido, prescinden del pedestal y son expuestas en soportes que aluden a la realidad de su procedencia. Con lo que se intenta conservar el contexto o las formas que le sirvieron de referente, activando de esta manera el carácter polisémico de su recepción.

Las obras de Lindomar participan de cierto espíritu del dadaísmo de Duchamp, pero se distancian de ese discurso crítico sobre la naturaleza del arte que regía la intención de los ready made. Su propuesta no va encaminada a desenmascarar (con la intrusión de 'objetos prefabricados' en las instancias y canales del arte) las estrategias de legitimación, ni la puesta en escena que de ellas hace el sistema institucional de ese arte. Sus obras apuntan a cierta reivindicación de los oficios artísticos que, en una sociedad abocada a la frenética producción de objetos e imágenes, tienen en la estética de la apropiación y el reciclaje una afectiva fuente de expresión. Sus piezas parecen reconstruir un discurso sobre los rastros y la cosificación de las vivencias, pero no a través de los grandes relatos ontológicos-contemplativos presentes en el arte modernista. El autor hurga en aquellas actitudes, encarnadas en estos singulares objetos, que reconstruyen un acontecer de la intimidad alejada de la teatralidad recurrente, propia del exhibicionismo artístico, provocando una reflexión sobre el potencial subjetivo y liberador que aún conservan ciertos comportamientos humanos dentro de un espacio privado, cada vez más invadido por los patrones sociales.

La polisemia expresiva de los objetos
Dennys Matos
Crítico de arte
CUBAENCUENTRO.com
23/01/2002